Cuando todo parecía perdido, en medio de la Avenida Principal Del Mar, Enrique y su acompañante, perciben desde lo lejos, un ruido ácido y estruendoso. Parecía una buena señal...
Enrique indicó el camino con un par de gemidos escalofriantes y nefastos, escupiendo lo que parecía un número abismal de larvas carroñeras. Se dirigieron, entonces, tras Enrique, la criatura presa, seguida por muchas otras pobres y desafortunadas criaturas necrófagas, débiles y entorpecidas a causa de su enfermiza necesidad de masticar carne humana. Por cada paso de Enrique, se unía otra criatura a bailar la danza de la insoportable parsimonia.
A ras del camino, los cuerpos siniestros sin vida rozaban el barro con sus uñas rancias y sus vísceras salidas de sus huesos, llenos de mosquitos y gusanos, a través de su carne putrefacta, sobre la cual relucía en todo su esplendor, la espesa y dura sangre coagulada en sus dientes angustiosamente desgastados y otros desgarrados, en todos y cada uno de los aterradores cadáveres caminantes...
Calor, calor, y más calor, olían, carne caliente y viva, lo que hacía que su furor ardiera, obedientes a su temible instinto, peligrosamente alterado...
Al cruzar la quinta esquina hacia algún lugar negruzco, la tropa de alimañas de la locura, comandada por el ser más vil, vengativo y furioso de la imaginación, abominable y sin razón, divisa sin flaquear la tentativa ubicación de otras apetitosas cabezas jugosas y suculentas.
Parecían muchas, y parecían estar llenas de vida, con ganas de ser utilizadas para su perverso carnaval de banquetes de sesos frescos y recién salidos del cráneo humano; bañados por una deliciosa salsa plasmática, fluyendo constantemente, cada vez más rápido, por cada centímetro que la muerte ambulante se acercaba a ellos.
Nada lo detendría esta vez. Enrique estaba predispuesto a rasgar, a morder, a romper, todo rastro y minúsculo detalle de cada ser vivo o muerto que le impidiera concretar su maligna necesidad infernal.
Detrás de unas cosas indivisibles en el suelo, que marcaban el límite entre Enrique y su almuerzo, se encontraba en posición de defensa, la gente mortal que deseaba caer en la carnal carnicería caníbal de la horda de cadáveres hambrientos.
Entonces, una inevitable esquizofrenia atacó a todo ser no-muerto del lugar, llevándose a éstos al límite incierto de la locura y la parafilia.
Por lo que sus cuerpos acabados, tomaron una increíble capacidad de movilidad, pero que estaba basada en apenas, unos saltos minúsculamente enérgicos, aunque grotescamente horrorosos.
Frente a éstos, los seres mortales gritaban e intentaban resistirse.
"No intenten escapar, sólo lograrán que su frustración sea teñida con su sangre y formarán el peor ardor del que los humanos jamás nunca lograron testificar...". "Corran, corran, sólo bastará con mirarlos a los ojos para poder devorarlos por completo...". "Así es..." . Expresaba Enrique, sin poder pronunciar en su inexistente conciencia. Todas estas palabras las comunicaba tan sólo con sus inquietantes deseos ineludiblemente notables, sobre todo para los mortales, que con temor y rechazo lo observaban. Él sólo sentía rencor por todas éstas vivas criaturas deplorables.
Avanzó, con certeza, sin dudar un segundo, hacia esos cuerpos con calor tentativo que tanto anhelaba saborear; mientras que, en medio de la masacre caníbal, la gigantesca muchedumbre de no-muertos comía carne fresca, pero caía sin más, hacia el asfalto al final.
Más tarde, apestado, sin darse cuenta y tirado en el suelo con un orificio en su vientre, del que emanaban gusanos y un par de seres artrópodos muy extraños, en medio de sus compañeros caídos en las garras de la tierra, Enrique se arrastró con su mano derecha sin vida, lejos del lugar que lo imposibilitaba para saciar su sed. Huyó. Hacia una presa más fácil acudió...
Detrás de unas cosas indivisibles en el suelo, que marcaban el límite entre Enrique y su almuerzo, se encontraba en posición de defensa, la gente mortal que deseaba caer en la carnal carnicería caníbal de la horda de cadáveres hambrientos.
Entonces, una inevitable esquizofrenia atacó a todo ser no-muerto del lugar, llevándose a éstos al límite incierto de la locura y la parafilia.
Por lo que sus cuerpos acabados, tomaron una increíble capacidad de movilidad, pero que estaba basada en apenas, unos saltos minúsculamente enérgicos, aunque grotescamente horrorosos.
Frente a éstos, los seres mortales gritaban e intentaban resistirse.
"No intenten escapar, sólo lograrán que su frustración sea teñida con su sangre y formarán el peor ardor del que los humanos jamás nunca lograron testificar...". "Corran, corran, sólo bastará con mirarlos a los ojos para poder devorarlos por completo...". "Así es..." . Expresaba Enrique, sin poder pronunciar en su inexistente conciencia. Todas estas palabras las comunicaba tan sólo con sus inquietantes deseos ineludiblemente notables, sobre todo para los mortales, que con temor y rechazo lo observaban. Él sólo sentía rencor por todas éstas vivas criaturas deplorables.
Avanzó, con certeza, sin dudar un segundo, hacia esos cuerpos con calor tentativo que tanto anhelaba saborear; mientras que, en medio de la masacre caníbal, la gigantesca muchedumbre de no-muertos comía carne fresca, pero caía sin más, hacia el asfalto al final.
Más tarde, apestado, sin darse cuenta y tirado en el suelo con un orificio en su vientre, del que emanaban gusanos y un par de seres artrópodos muy extraños, en medio de sus compañeros caídos en las garras de la tierra, Enrique se arrastró con su mano derecha sin vida, lejos del lugar que lo imposibilitaba para saciar su sed. Huyó. Hacia una presa más fácil acudió...